Salarios y consumo en Mexiquito (Reforma, 3 de septiembre de 2014)

Ante una eventual consulta popular sobre el tema del incremento al salario mínimo, dudo que alguien en su sano juicio vote en contra. Según datos publicados recientemente por “¿México Cómo Vamos?” alrededor del 53% de los trabajadores formales no les alcanza para sobrevivir. Si ese sector de la población se entera que habrá una consulta al respecto ¿votarán en contra? Incluso, los trabajadores situados en los índices más altos de la pirámide estarían de acuerdo en ganar más. ¿A quién le dan pan que llore?

El problema detrás de los bajos salarios mínimos es plurifactorial y, en esa lógica, debe atenderse. No pretenderé analizarlos, puesto que debe ser tratado por expertos (Banxico, entre ellos) en cada una de las áreas (economía, trabajo, productividad). Lo que me interesa destacar es la relación entre salarios-poder adquisitivo-consumo (SPaC), por su estrecha relación con el bienestar de las personas.

El fenómeno del consumo ha ido privilegiando el destino del patrimonio del consumidor (utilizo el concepto en su más estricto sentido, desde el punto de vista jurídico, como destinatario final) a la adquisición de bienes y servicios (“productos”) que le reportan niveles de felicidad eventualmente decrecientes.

Lo anterior no es baladí. Partiendo de la base de que el ingreso, representado por dinero, es escaso, los consumidores (que alguien postula son racionales) deberían destinar sus recursos a la adquisición de productos que satisfagan (en serio) necesidades (reales). Los economistas modernos le llaman “adaptation-resistant improvements”. En la medida que ello suceda, la relación SPaC reflejará mejores condiciones de vida, más altos niveles de bienestar.

Por el contrario, el consumo concentrado en la adquisición de productos que reporten, pasado cierto tiempo, una caída en los niveles de felicidad de los consumidores (“adaptation-prone improvements”) debe ser objeto de atención de los policy makers para –al menos— orientar a manera de educación de la población, respecto de mejores hábitos de consumo.

El consumidor quiere el televisor de 90 pulgadas, cuando tiene uno de 60 pulgadas que le reporta la misma utilidad pero para no quedarse atrás y competir en igualdad de circunstancias con el vecino, compadre o compañero de trabajo, siente la gran necesidad de gastarse lo que no tiene. El mismo efecto causaría una oferta comercial atractiva (a meses sin intereses, por ejemplo). Los estudios de calidad, que hace la Profeco, deberían reflejar si cambiar un televisor en las condiciones anotadas, incrementará el bienestar del consumidor. (Pero no dejen de proponer recetas con nopales).

Así, desde el Estado, siguiendo las ideas expuestas en Nudge y el movimiento del paternalismo libertario, los ciudadanos (en su acepción más amplia, sociológicamente hablando) en ocasiones necesitamos que, a través de sus políticas públicas, nos guíen hacia un gasto que promueva, si se quiere, un consumo racional.

Desde la empresa, el mercado también puede (y debería) facilitar al consumidor la toma de decisiones que le impliquen mayor bienestar. Este tema debería ser considerado para poder acceder a certificaciones de empresas socialmente responsables, está claro que junto con otras variables.

En esa lógica, no me parece extraño que desarrollos inmobiliarios ubicados en la lejanía, hayan comenzado a fracasar. Por un lado, la ausencia de servicios públicos, la insana distancia hacia los centros de ocupación (trabajo, escuelas, etc.); y por otro, la falta de acompañamiento de políticas urbanas, lograron la tormenta perfecta para producir la quiebra económica de dichos emprendimientos. ¿Qué hubiera pasado si las empresas informaran, de manera adecuada y clara, previo a la contratación, todo ese conjunto de aspectos negativos (conocidos por los empresarios, esos sí, racionales)?

El incremento al salario, así sea, de la mayor envergadura imaginable, no representará mayores niveles de bienestar social, per se. Debe acompañarse de políticas complementarias que fomenten el consumo destinado hacia ese difícil, pero alcanzable, propósito: consumir para ser felices. Mientras lo anterior no ocurra, seguiremos (sobre)viviendo en Mexiquito.

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